Cuento

Crímenes ejemplares

Max Aub

—¡Antes muerta! —me dijo. ¡Y lo único que yo quería era darle gusto!

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La hendí de abajo arriba, como si fuese una res, porque miraba indiferente al techo mientras hacía el amor.

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Íbamos como sardinas y aquel hombre era un cochino. Olía mal. Todo le olía mal, pero sobre todo los pies. Le aseguro a usted que no había manera de aguantarlo. Además el cuello de la camisa, negro, y el cogote mugriento. Y me miraba. Algo asqueroso. Me quise cambiar de sitio. Y, aunque usted no se lo crea, ¡aquel individuo me siguió! Era un olor a demonios, me pareció ver correr bichos por su boca. Quizá lo empujé demasiado fuerte. Tampoco me van a echar la culpa de que las ruedas del camión le pasaran por encima.

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Lo maté en sueños y luego no pude hacer nada hasta que lo despaché de verdad. Sin remedio.

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Soy maestro. Hace diez años que soy maestro de la Escuela Primaria de Tenancingo, Zacatecas. Han pasado muchos niños por los pupitres de mi escuela. Creo que soy un buen maestro. Lo creía hasta que salió aquel Panchito Contreras. No me hacía ningún caso, ni aprendía absolutamente nada: porque no quería. Ninguno de los castigos surtía efecto. Ni los morales, ni los corporales. Me miraba, insolente. Le rogué, le pegué. No hubo modo. Los demás niños empezaron a burlarse de mí. Perdí toda autoridad, el sueño, el apetito, hasta que un día ya no lo pude aguantar, y, para que sirviera de precedente, lo colgué del árbol del patio.

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Aquella señora sacaba a pasear su perro todas las mañanas y todas las tardes, a la misma hora. Era una mujer vieja y fea y evidentemente mala. Eso se notaba a primera vista. Yo no tengo gran cosa que hacer y me gusta aquella banca. Aquella banca, y ninguna otra. Evidentemente lo hacía adrede: aquel perrillo indecente era el animal más horrible que se haya podido inventar. Alargado, con pelos por todas partes. Me olía, reprobándome, cada día. Luego se ensuciaba en mis propias narices. La vieja le llamaba con todos los diminutivos posibles: cariñito, reyecito, emperadorcito, angelito, hijito.

Estuve pensándolo durante más de medio minuto. Al fin y al cabo el animal no tenía ninguna culpa. Estaban construyendo una casa a dos pasos de allí, y habían dejado un fierro al alcance de mi mano. Le di a la vieja con todas mis fuerzas, y si no es porque tropecé y caí, al atravesar la calle, nadie me hubiera alcanzado.

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Le pedí el Excélsior y me trajo El Popular. Le pedí Delicados y me trajo Chesterfield. Le pedí una cerveza clara y me la trajo negra. La sangre y la cerveza, revueltas, por el suelo, no son una buena combinación.

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Es que ustedes no son mujeres, y, además, no viajan en camión, sobre todo en el Circunvalación, o en el amarillo cochino de Circuito Colonias, a la hora de la salida del trabajo. Y no saben lo que es que le metan a una mano. Que todos y cualquiera procuren aprovecharse de las apreturas para rozarle los muslos y las nalgas, haciéndose los desinteresados, mirando a otra parte, como si fuesen indecentes palomitas. Indecentes. Y una procura hurtarse a la presión y empuja hacia otro lado. Y ahí, otro cerdo, con las manos en los bolsillos, rozándola a una. ¡Qué asco! Pero ese tipo se pasó de la raya: dos días seguidos nos encontramos lado a lado. Yo no quería hacer un escándalo, porque me molestan, y son capaces de reírse de una. Por si acaso me lo volvía a encontrar me llevé un cuchillito, filoso, eso sí. Sólo quería pincharle. Pero entró como si fuera manteca, puritita manteca de cerdo. Era otro, pero se lo merecía igual que aquel.

Max Aub

Nació en París (1903) y murió en la Ciudad de México (1972). Prolífico escritor español, hijo de una francesa y un alemán, cultivó la novela, el cuento, la poesía, el teatro y el ensayo. Participó en diversas producciones cinematográficas. Por su origen judío, estuvo confinado en un campo de concentración, antes de su llegada a México en 1942. Publicó Geografía, Fábula verde, El laberinto mágico, serie narrativa integrada por seis novelas, Josep Torres Campalans, biografía apócrifa de un pintor cubista amigo de Picasso, personaje ficticio a quien, por los datos aportados en el libro, algunos consideraron real; No son cuentos, Con los pies por delante, Crímenes ejemplares, cuentos; Espejo de avaricia, Morir por cerrar los ojos, Retrato de un general, teatro; Diario de la adelfa, poesía.