Cuento

El fantasma de Budy

José Agustín

No me lo van a creer, pero para mi absoluta sorpresa la otra noche soñé con el gran Buddy Holly. Lo vi tal como aparece en su primer disco, con los anteojos tipo Woody Allen y el riguroso traje. Se hallaba envuelto en una nube negra en la que las continuas descargas eléctricas lo emblanquecían de repente, y así me dijo lo que ahora transcribo sin la menor alteración.

Tengo veintidós años y me gusta ponerme traje y corbata. Y qué. ¿Me veo cuadrado? Pues me vale. Yo no tengo tiempo de estar pensando en el look, no quiero ser una Glamorosa Estrella. En realidad no quiero nada, más que hacer lo que me gusta, y lo que más me gusta es componer canciones y tocarlas con otros tres vatos, porque, para mí, el conjunto de rock por excelencia es de cuatro: bataca, tololoche o bajo eléctrico, requinto y un cantante que de perdida pueda tocar una lira de acompañamiento, o maracas, pandero, güiro, percusiones leves: una clave, una tabla para lavar, esas cosas. Pero, eso sí: a huevo tiene que tocar la armónica. Si no, está jodido. Y cantar, claro, con estilacho, como Presley, y luego con la voz muy aguda, sin miedo a los falsetes. Digo.

Pues sí, así formé yo mi grupo, The Crickets. Sí, los Grillos. Tú dirás que este nombre es totalmente anodino, si no es que tarado, pero ésa es la movida que siempre me traje: pasar por fresa para quitarme de encima toda la jodedera que soportan los que andan muy machines, muy hip. A fin de cuentas, lo de a deveras está dentro, no en la carátula, ¿o no? Es mejor llamar la atención por el trabajo y no por la fachada: cómo te vistes, qué jaladas dices. En las canciones está todo. Mira, a mí se me ocurre una tonadita, y con ella por lo general sale la letra, sola, como una que no se me iba de encima y le puse “Ése será el día”. Bueno, pues compuse el asunto y junté a unos changos y la grabamos en el garash de mi casa, con el equipo que tanto trabajo me costó comprar. Debo decirte que en esa época, te estoy hablando del siglo pasado, de los mil novecientos cincuenta y tantos, yo andaba más en la cosa ranchera, digo, si naces en Texas o en el sur tienes que entrarle a la onda ranch, ¿no?, y, total, mi canción era ranchona. Logré que la Decca la comprara. Pero no pegó.

Y ahí andábamos, tocando y palomeando donde se pudiera, cuando nos dieron chance de abrirle una tocada a Elvis Presley, que para entonces andaba de jira y en el estrellato total. No, pues nos impresionó mucho el Pelvis y yo comprendí que a la verga con las rancheras, la verdadera onda estaba en el rocanrol, así es que entonces formé a los Crickets y grabamos “That’ll be the day”, ahora como rocanrolito. Le metí pistas dobles y triples, lo cual no hacía nadie entonces, y nos la aceptaron en Discos Coral. No, pues esta canción llegó al primer lugar de ventas y de pronto ya éramos famosísimos; nos pedían autógrafos, se emocionaban como loquitos, las chavas se desmayaban, nos hacían entrevistas y tuvimos que salir de jira porque todos querían vernos.

De por sí desde antes del exitazo yo andaba en una etapa muy prendida componiendo rocanroles y me eché una buena serie. Casi todos pegaron fuerte, en especial “Peggy Sue”, que le compuse a la novia de Jerry Allison, el nuevo bataquista de los Grilletes (je je). Pero también la hicimos en grande con “Early in the morning”, “Not fade away”, “Rave on” y con “It doesn’t matter anymore”. Y de pronto ya éramos casi tan famosos como Elvis. De todas partes nos llamaban. A mis cuais no les gustó que yo sobresaliera, me agarraron envidia, así es que mandé al carajo a Norman Petty, el productor, que me quería agarrar de su mensito, y a los Crickets también, de pasada, y nos metimos en un horrendo pleito legal.

Yo necesitaba lana, porque además me acababa de casar con la Divina Chuy, que diga, con María Elenita Santiago, y acepté entrarle a una jira, que se llamaba la Jira de los Bailes-fiesta de Invierno, en medio de nevadas y borrascas, íbamos tan lentos que en lowa, al Big Bopper y al Ritchie Valens y a mí, que éramos los stars de la jira y teníamos con qué, se nos ocurrió contratar un avión para llegar a Minnesotta en menos que se dice cuas. Lo hicimos, y apenas nos habíamos subido cuando el avioncito empezó a zarandearse gacho y yo de pronto comprendí que hasta ahí llegaba mi boleto. Nos íbamos a morir, ni más ni menos. Lo supe clarito. Me entró una sensación muy cool y vi que tanto el Big Bopper como Ritchie también habían comprendido que nos íbamos a dar en toda la jefatura. Nos miramos sin decir nada, porque el estruendo de la tormenta y el motor ensordecía. Y “oh baby, you know what I like!”, alcanzó a canturrear el Bopper con una sonrisa triste cuando el avión se estrelló y nos morimos bien muertos el Brincotes, el Ricardo Valenzuela y yo.

Fue un golpe indeciblemente fuerte que se volvió un destello de luz clara y luego oscuridad total. Y después, ¡carajo!, me doy cuenta de que ahí estoy yo viendo el avión desmadrado. No siento frío y así comprendo que soy puro espíritu. Al poco rato veo que ahí andan también los fantasmas de Ritchie y del Bopper sin creer lo que pasa. Los tres vemos cuando llega la gente y encuentra los cadáveres de ellos dos, pero el mío no. ¡Dónde quedó mi cuerpo, con una chingada! Busco rapidísimo y finalmente lo veo debajo de unas ramas que se cayeron. Estoy bien cubierto y por eso no me ven. Por eso y por ineptos, porque una buena buscada sin duda hallaría mis restoranes. Con horror advierto que se van de ahí y dan por concluido el asunto. Los sigo y veo cómo sepultan al Bopper y al Valens, y sus espectros entonces desaparecen.

Y desde entonces aquí ando, todavía de tacuche y corbata. Vi cómo los Beatles me hacían justicia y los Rolling Stones y Linda Rondstadt también, y cómo Elvis Costello tenía el nombre de Presley pero se esforzaba por parecerse a mí. Total, yo, que no quería tener un look, acabé teniéndolo. ¡No es posible! ¡Qué horror! ¡Por favor! Help, I’m a rock! ¡Alguien tiene que ayudarme! ¡Tú ayúdame! Diles que la única manera para dejar de ser espectro y material de triphoperos es que busquen mi calaca, ahora sí bien, y me entierren. No tiene que ser una gran cosa, con un cualquier cualquier entierro me conformo, o una cremación de lo que encuentren de mí. Ahí lo que sea su voluntad. ¡Ayúdame!

Entonces desperté, mientras en mi mente aún resonaba la canción “you’re gonna miss me, early in me morning, one of these days, oh yeah!”

Del libro Los grandes discos del rock

José Agustín

Nació en Acapulco en 1944. Junto con Parménides García Saldaña, Gustavo Sainz, Juan García Ponce, entre otros autores, inauguró una corriente conocida como literatura de la onda, influenciada por el rocanrol y cuya temática principal aborda los problemas de la adolescencia. Narrador, dramaturgo, guionista de cine, periodista y traductor. Estudió Letras Clásicas, dirección cinematográfica, actuación y composición dramática. Perteneció al taller literario de Juan José Arreola y al círculo literario Mariano Azuela. Ha sido becario del Centro Mexicano de Escritores, de la Universidad de Iowa y de las fundaciones Fulbright y Guggenheim. Recibió el premio Dos Océanos del Festival de Biarritz, Francia (1973), el Latinoamericano de Narrativa Colima (1982), el Nacional de Literatura Juan Ruiz de Alarcón (1993), el Mazatlán de Literatura (2004). Al hablar de Inventando que sueño, una de sus obras, el narrador Luis Humberto Crosthwaite, en la “Introducción vaquera” a los Cuentos completos de José Agustín, señala: “No era [la de José Agustín] literatura convencional (no podía serlo), era maliciosa y juguetona, palabras que podría encontrar bebiendo cerveza y echando desmadre en las calles. Era un libro para navegar por la ciudad, para contarle mis rollos: un libro compita, entendedor, carnalito de los buenos”.