Cuento

Manual de zoología fantástica

Jorge Luis Borges

La anfisbena

La Farsalia enumera las verdaderas o imaginarias serpientes que los soldados de Catón afrontaron en los desiertos de África; ahí están la parca “que enhiesta como báculo camina” y el yáculo, que viene por el aire como una flecha, y la pesada anfisbena, que lleva dos cabezas. Casi con iguales palabras la describe Plinio, que agrega: “como si una no le bastara para descargar su veneno”. El Tesoro de Brunetto Latini —la enciclopedia que éste recomendó a su antiguo discípulo en el séptimo círculo del Infierno— es menos sentencioso y más claro: “La anfisbena es serpiente con dos cabezas, la una en su lugar y la otra en la cola; y con las dos puede morder, y corre con ligereza, y sus ojos brillan como candelas”. En el siglo XVII, Sir Thomas Browne observó que no hay animal sin abajo, arriba, adelante, atrás, izquierda y derecha, y negó que pudiera existir la anfisbena, en la que ambas extremidades son anteriores. Anfisbena, en griego, quiere decir que va en dos direcciones. En las Antillas y en ciertas regiones de América, el nombre se aplica a un reptil que comúnmente se conoce por doble andadora, por serpiente de dos cabezas y por madre de las hormigas. Se dice que las hormigas la mantienen. También que, si la cortan en dos pedazos, éstos se juntan.

Las virtudes medicinales de la anfisbena ya fueron celebradas por Plinio.

 

El Cancerbero

Si el Infierno es una casa, la casa de Hades, es natural que un perro la guarde; también es natural que a ese perro lo imaginen atroz. La Teogonía de Hesíodo le atribuye cincuenta cabezas; para mayor comodidad de las artes plásticas, este número ha sido rebajado y las tres cabezas del cancerbero son del dominio público. Virgilio menciona sus tres gargantas; Ovidio, su triple ladrido; Butler compara las tres coronas de la tiara del Papa, que es portero del cielo, con las tres cabezas del perro que es portero de los infiernos (Hudibras, IV, 2). Dante le presta caracteres humanos que agravan su índole infernal: barba mugrienta y negra, manos uñosas que desgarran, entre la lluvia, las almas de los réprobos. Muerde, ladra y muestra los dientes.

Sacar el Cancerbero a la luz del día fue el último de los trabajos de Hércules. Un escritor inglés del siglo XVIII, Zachary Grey, interpreta así la aventura:

Este Perro con tres Cabezas denota el pasado, el presente y el porvenir, que reciben y, como quien dice, devoran todas las cosas. Que fuera vencido por Hércules prueba que las Acciones heroicas son victoriosas sobre el Tiempo y subsisten en la Memoria de la Posteridad.

Según los textos más antiguos, el Cancerbero saluda con el rabo (que es una serpiente) a los que entran en el Infierno, y devora a los que procuran salir. Una tradición posterior lo hace morder a los que llegan; para apaciguarlo, era costumbre poner en el ataúd un pastel de miel.

En la mitología escandinava, un perro ensangrentado, Garmr, guarda la casa de los muertos y batallará con los dioses, cuando los lobos infernales devoren la luna y el sol. Algunos le atribuyen cuatro ojos; cuatro ojos tienen también los perros de Yama, dios brahamánico de la muerte.

El brahamanismo y el budismo ofrecen infiernos de perros, que, a semejanza del Cerbero dantesco, son verdugos de las almas.

 

El cien cabezas

El cien cabezas es un pez creado por el karma de unas palabras, por su póstuma repercusión en el tiempo. Una de las biografías chinas del Buddha refiere que éste se encontró con unos pescadores, que tironeaban de una red. Al cabo de infinitos esfuerzos, sacaron a la orilla un enorme pez, con una cabeza de mono, otra de perro, otra de caballo, otra de zorro, otra de cerdo, otra de tigre, y así hasta el número cien. El Buddha le preguntó:

—¿No eres Kapila?

—Soy Kapila —respondieron las cien cabezas antes de morir.

El Buddha explicó a los discípulos que en una encarnación anterior, Kapila era un brahmán que se había hecho monje y que a todos había superado en la inteligencia de los textos sagrados. A veces, los compañeros se equivocaban y Kapila les decía cabeza de mono, cabeza de perro, etc. Cuando murió, el karma de esas invectivas acumuladas lo hizo renacer monstruo acuático, agobiado por todas las cabezas que había dado a sus compañeros.

Jorge Luis Borges

Emblemático escritor argentino (1899-1986), sin duda una de las mayores influencias en la literatura universal. Injustamente no recibió el premio Nobel, pero el impacto de su obra va más allá de muchos de estos galardonados cuyos nombres ahora son ignorados. Sus textos, desbordantes de fantasía, se caracterizan por un empleo exacto del lenguaje. La ironía y la erudición se pasean por sus páginas. Ningún escritor queda indiferente ante sus relatos o sus poemas. Puedes leer un comentario de su libro Ficciones en el siguiente vínculo: “Borges y la ficción”.