Poesía

Poemas

Juana Castro

Espejos

Baja la loba al llano, y muerde las ventanas.
No con dientes las muerde, sino con sus pupilas
agrandadas y hambrientas.
Con envidia las mira, a las ventanas,
sus lámparas, sus sombras
ocultas y encendidas.
Porque ella vaga sola, sin lugar y con frío,
y allí, tras los cristales,
se agazapa ese algo
que aún no sabe qué es,
pero que late y vive.

Baja la loba al río y mira arriba,
y aúlla a las ventanas
que brillan como soles
y taladran la noche
tan triste de la vida.
¿Quién ama? ¿Cuántos comen?
¿Cómo será la silla?

Lame la loba el suelo, y lame las ventanas
encendidas de luz,
y sus pupilas rojas
son un livor de frío.

 

Aula A-4

Entrabais como alcores
por mi casa de arena,
y erais mirlos, ratones,
y juncos y gavieros
tiñéndome las nubes
de luz y de ventanas.
Poner fuego en la mesa
—sin quemaros—,
tocar, tocarlo todo:
la sal y los jazmines,
el pan y la alegría,
las tripas, los limones…
Tocar, hasta embarraros
en miel, en tiza, en agua, en plastilina,
en lodo…
Y reír y llorar como si fuera
el mundo todo un circo,
y nosotros payasos, equilibristas
de aire,
y músicos, cuentistas,
y jaula de leones.

Mi corro de aire fresco, me faltaba
cierta pericia en manos,
pues contabais
con mi poder omnívoro,
y yo nunca
llegué a ser buena maga.

 

Disyuntiva

La tentación se llama amor
o chocolate.
Es mala la adicción.
Sin paliativos.
Si algún médico, demonio o alquimista
supiera de mi mal,
cosa sería
de andar toda la vida por curarme.
Pues tan sólo una droga,
con su cárcel
del olvido me salva de la otra.
Y así, una vez más, es el conflicto:
O me come el amor,
o me muero esta noche de bombones.

 

Sex-shop

Tengo un muslo guardado para ti.
De oro dulce, desde el tobillo asciende
largo, larga la carne y firme,
donde los dedos, demorar podrías sin llegar.

Quieto. Quieto como te gusta, inmóvil.
No habla. No vacila, no grita.
No se prolonga, inútil,
por caderas, ni ojos, ni presencia.

Son dos líneas perfectas, suavísima
su curva, como un pétalo
de luz o de locura.
Lleva media de seda,
altísimo tacón
y pasado ya el hueco fragante de la corva,
una liga sangrienta, con su lazo
y su gema. Al final,
allí donde el volumen
a los ojos se ofrece densamente
caen bordadas y negras de guipur
las cintas del liguero. Acariciable,
es un muslo de ensueño,
hermoso como un ídolo, podrías
encima de una mesa tocar todos sus poros
o gozarlo, por sábanas y alfombras, largamente.

Está aquí, en su estuche de raso.
Es un muslo, ya sabes, para toda
la vida o algo más.

 

Sublime decisión

Es injusto el amor, nunca se adapta
ni a razones, ni a ritmo, ni a su tiempo.
Maleducado es. Como una mala hierba,
se enseñorea en la frente del herniado y del héroe.
Sin orden crece ni concierto.
Dislate de los sueños, pajarea
con casadas igual que con los mancos,
y planta sus reales y sus yerros
sin reparar en canas ni en informes.
Y siempre es mal venido.
Pues arder sin objeto ya es locura
o consumirse en vida por un fraude.
Nos promete su cielo inexistente, anacrónico y alto, mientras clava
cual vampiro su daga en nuestra sangre.

Por eso en esta hora
de mi azarosa vida me he propuesto
sin tardanza entregarme al que será
mi amor más puro y noble:
El éxtasis sin celos y sin trabas
con un muñeco hinchable.

 

La era

Mi padre y yo dormimos
en la era, y la paja
nos es lecho de estrellas. Se sienten
las culebras cruzar toda la noche
los haces de cebada, y ratas como gatos
nos roban en el trigo. Me estremezco
y no grito, porque mi padre ronca
bebiéndose la luna, y en el aire
cantan grillos de arena.

 

El potro blanco

Tiene razón ella, y el espejo
que me enseñó esta tarde.

Tiene razón ella, y el espejo
que me enseñó esta tarde.

—Mírate, tú no eres un hombre.

Los hombres nunca tienen
esa fiebre en los ojos, ni los muslos
les florecen redondos, ni en los pechos
les crecen dos botones
erguidos como islas detrás de la camisa.

—Mírate.
Y me miro,
y me voy desnudando
de mis tristes aperos.

Y entonces aparece, sin que yo lo convoque,
mi cuerpo como el lirio
de sol y la radiante manzana de la carne,
igual que en el milagro
del primer potro blanco saliendo de su madre.

 

Jabón de sosa

Hervía en la caldera de bronce sobre el fuego.
La sosa devoraba el saín de la vida
y ella sola sabía la entraña del milagro.
Inmensa, se enfriaba la tarta
del color de los ríos,
para luego cortarla
en cuadrados pedazos aromados de limpio.

Hoy que ella se muere como se ha muerto el rito,
una niña recoge del cauce de un arroyo
el fruto de una piedra: arena y tosca y ocre,
cómo sabe su frío a la orfandad del labio.

 

Padre

Esta tarde en el campo piafaban las bestias.
Y yo me quedé quieta, porque padre
roncaba como cuando,
zagal, dormíamos en la era.
Me tiró sobre el pasto
de un golpe, sin palabras. Y aunque hubiera podido
a sus brazos mi fuerza,
no quise retirarlo, porque padre
era padre: él sabría qué hiciera.
Tampoco duró mucho.

Y piafaban las bestias.

 

Sepia

Ahora el tiempo me ha puesto
color sepia la blusa y el dorado
terrón donde cantaba
el libro de mis ojos. Estoy aquí, colgada
en la pared de cal, con mi regazo
breve dormido tras las tejas.

Pues el tiempo acomete, y es cifrado y asigna
un recuerdo a mi nombre.
Soy tu abuela, la madre
de tu madre, que vivió como tantas.
Que dio luz a tu cuerpo
y te puso en las manos
la existencia y el mundo.

Juana Castro

Nació en Villanueva de Córdoba, en 1945, en una familia labradora, y vivió su infancia en un ambiente rural cuyos ritos y costumbres despertarían muy pronto un sentido crítico asociado a una conciencia feminista donde el paisaje nunca fue objeto de disfrute sino escenario de injusticias sociales. La crítica han querido ver en su poesía un fuerte contenido autobiográfico, lo que no deja de ser cierto en obras como Del dolor y las alas (1982) escrito a raíz de la muerte de su hijo, Paranoia en otoño (1983) reflejo de un intenso sentimiento amoroso, pero no se olvide que para Juana Castro toda poesía hay que entenderla como “un medio de conocimiento de mí misma y del mundo que me rodea. En el proceso de la escritura es donde voy encontrando las respuestas a la vida”, de lo cual se deduce que cada libro salido de su pluma es una concesión a las preocupaciones del momento y al clímax poético que la embarga “desde la carne” de la mujer que sufre, goza o se dispone a vivir y a rememorar la infancia pasada que no es otra que la repetición de otras muchas infancias anteriores que la identifican como un eslabón más de una genealogía femenina familiar y literaria.