Poesía

Herida luz

Carmen Villoro

1

Un perro nos mordió, Lumara,
hasta los huesos;
nos desgarró la carne
con sus veinte pezuñas;
hincó sus filos negros como el alba,
como este despertar y no tenerte,
o no tenerte casi porque acaso te vas
y yo me quedo,
me desangro,
me rompo,
me vuelvo un esqueleto seco
para seguir tus pasos a la sombra.

 

2

En una cama demasiado grande
navegarás la noche.
Yo estoy en este mismo cuarto
y sin embargo
la muerte ha puesto una pared de vidrio,
o de hielo tal vez,
para que no pueda darte la mano
en caso de naufragio

 

6

Cómo decirte, pequeña,
que esto que te mordió es la muerte,
un animal sin cola y muchos dientes
que no existe en los zoológicos,
ni en las estampas de tus álbumes
ni en tus libros de ciencias naturales,
ni siquiera en tus pesadillas.
Este animal,
mi niña corazón de pájaro,
se alimenta de pájaros.

 

13

Entre los hombres de blanco
se ha metido un ángel
al pabellón de los niños.
A uno le ha quitado un tubo de la tráquea,
a otra le ha acomodado el hueso de su cráneo,
a esta muy pequeña
le ha desinflado el vientre,
a otro niño le ha devuelto su pie.

Que venga otra vez el ángel,
que llene el hospital de voces y de ruidos
como si fuera un parque.

 

16

Detrás de una jeringa, Lumara, una azucena.
Entre la bilis y la pus que drenan
el canto de la lluvia.
Bajo las ramas de la fiebre,
los pájaros de un bosque.
Tras la orina,
el viento en el trigal.
En las manos con telas adhesivas
te crecen sin que lo sepas
retoños de una ceiba.

 

20

Pero si sólo tu pie tocara nuestra casa
todo volvería a ser de nuevo selva;
la savia de los juncos
habitaría los muebles;
la lluvia, las fermentaciones,
lo que corre y te toca y se disuelve,
lo que bate e irrumpe,
todo lo que revuelca y muda y gruñe,
todo lo que salpica y se revuelve,
la vida,
la risa con saliva,
los ojos que sí tienen agua,
el agua, en fin, el agua y sus nutrientes,
la sal, el aire, los abonos,
regresarían a los muros,
habitarían cajones y retratos,
asomarían en la lengua de los libros.

Y yo te volvería a abrazar
bajo la lámpara amarilla
que sería otra vez el calor,
el fuego, el sol que necesito.

Carmen Villoro

Nació en la Ciudad de México, en 1958. Poeta y narradora. Estudió psicología en la Universidad Iberoamericana. Ha coordinado talleres de poesía y cuento infantil. Colaboradora del suplemento cultural “Acento” del periódico La Voz de Michoacán y de los extintos periódicos Público y Siglo 21. En 1984 obtuvo la beca INBA/FONAPAS, en poesía, y en 1989 la de Jóvenes Creadores del FONCA, en poesía. Premio de Ensayo FILIJ 1993. Actualmente es miembro del SNCA de CONACULTA. Obras: Que no se vaya el viento, El ala del tigre, Herida luz, Jugo de naranja, Luna de río, El tiempo alguna vez, Amarina y el viejo Pesadilla.