Ensayo
Borges y la ficciónLuis Rico Chávez
Aunque cause un poco de pena confesarlo, reconozco que raras veces tengo la oportunidad de abandonar el agujero libresco en que vivo recluido. Así que cuando recibo una invitación, como en días pasados, para charlar con un público cautivo, no desaprovecho la oportunidad. Mi entrañable amiga y cómplice Atzimba Mondragón me invitó a su “Abadía” de la Preparatoria 12 de la Universidad de Guadalajara, para hablar sobre Borges. Pretexto más que suficiente para matar varios pájaros de un tiro: en primer lugar, desempolvar una serie de extensas y añejas notas de un autor que cautiva a todo lector de respeto. Compartir la fascinación que una de las obras de mayor genio y brillante imaginación ha despertado en varias generaciones no sólo de lectores, sino también de creadores (aquéllos, a fin de cuentas, complemento necesario de estos).
Invitar, sobre todo a los lectores jóvenes, deslumbrados muchas veces por los temas de moda, los cuales sólo revelan el cinismo y egoísmo material (poco propicio a los juegos de imaginación borgeanos), a que se acerquen a una obra de un profundo valor humano y por tanto de perdurabilidad más allá del fárrago informativo virtual y de otras viles y turbias naturalezas. Me limitaré a organizar y tratar de dar un poco de coherencia a tales notas, siguiendo la sugerencia temática que sirvió de guión para la charla con los bachilleres.
Como es natural, no puede sintetizarse a un autor como Borges, por lo tanto pongo entre comillas las citas correspondientes, tomadas del libro Ficciones, obra abordada durante la velada. Por su extensión, divido mis notas en varias partes; esta es la primera entrega.
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El libro de Ficciones incluye El jardín de senderos que se bifurcan (con los cuentos “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, “Pierre Menard, autor del Quijote”, “Las ruinas circulares”, “La lotería de Babilonia”, “Examen de la obra de Herbert Quain”, “La biblioteca de Babel”, “El jardín de senderos que se bifurcan”) y Artificios (“Funes el memorioso”, “La forma de la espada”, “Tema del traidor y del héroe”, “La muerte y la brújula”, “El milagro secreto”, “Tres versiones de Judas”, “El fin”, “La secta del Fénix”, “El Sur”).
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¿Por qué el título Ficciones?
Toda literatura es ficción, y toda realidad es susceptible de volverse fantástica, una vez filtrada por el tamiz de la literatura. En particular, los cuentos finales de Artificios (“El fin”, “La secta del Fénix”, “El Sur”) enfatizan este rasgo: bajo un velo de supuesto realismo se cuela el concepto de literatura del autor: la fantasía (la ficción) es un pretexto para reflexionar sobre la realidad.
Todos sus temas (el laberinto, lo circular, la metafísica, la filosofía…) no son más que un viaje de ida y vuelta de la realidad (la vida) a la fantasía (la literatura). La realidad es fantástica, y las especulaciones sobre mundos posibles, sobre fauna, flora, la invención del lenguaje, las reflexiones filosóficas, no son más que otra manera de pensar la realidad.
La ambigüedad de la existencia de Tlön juega con este concepto de ficción: se dan pruebas tanto de la existencia como de la irrealidad del planeta (Orbis Tertius): “Al principio se creyó que Tlön era un mero caos, una irresponsable licencia de la imaginación; ahora se sabe que es un cosmos y las íntimas leyes que lo rigen han sido formuladas, siquiera en modo provisional”; hay “tigres transparentes” y “torres de sangre”. “Tal fue la primera intrusión del mundo fantástico en el mundo real”, cuenta el narrador para enfatizar el flujo de vasos comunicantes de la realidad y la ficción. “De las diversas felicidades que puede ministrar la literatura, la más alta era la invención”.
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Los “cuentos” sobre los cuentos de Ficciones
Sin duda, una de las razones del fanatismo que despierta Borges en cierta clase de lectores (aquellos que se consideran, con arrogancia, por encima de la medianía) se debe a las sugerencias que da sobre “argumentos” de historias. Tal es otra de las muchas virtudes del argentino: la lectura de sus textos despierta, estimula, enriquece la imaginación, a tal grado que mientras lo leemos no dejamos de imaginar un sinfín de historias.
Estas sugerencias narrativas aparecen de manera explícita en el prólogo de “El jardín de senderos que se bifurcan”: “Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos. Mejor procedimiento es simular que esos libros ya existen y ofrecer un resumen, un comentario”.
Al vuelo, podemos pescar frases como la siguiente: “Mientras dormimos aquí, estamos despiertos en otro lado y que así cada hombre es dos hombres” (“Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”). Antes de Adán de Jack London, Avatar y un montón de libros y películas aprovechan este argumento para fascinar al lector-espectador.
“Examen de la obra de Herbert Quain” expone el proyecto de una novela; “El milagro secreto”, de una obra de teatro; al hablar de los sorteos de “La lotería de Babilonia” se sugiere el argumento de un cuento de Ray Bradbury, convertido en película y parodiado por los Simpson: ¿Cómo se alteraría el futuro si, al viajar al pasado, lo afecto con un acto tan insignificante como matar una mariposa?
“El prólogo de Quain prefiere evocar aquel inverso mundo de Bradley, en que la muerte precede al nacimiento y la cicatriz a la herida y la herida al golpe”; “los Hijos de la Tierra, o Autóctonos que, sometidos al influjo de una rotación inversa del cosmos, pasaron de la vejez a la madurez, de la madurez a la niñez, de la niñez a la desaparición y a la nada. También Teopompo, en su Filípica, habla de ciertas frutas boreales que originan en quien las come, el mismo proceso retrógrado. Más interesante es imaginar una inversión en el Tiempo: un estado en el que recordáramos el porvenir e ignoráramos, o apenas presintiéramos, el pasado”: Tales ejemplos, germen para creativas historias, hacen pensar en el cuento “Viaje a la semilla” de Alejo Carpentier.
En este mismo cuento se define a los lectores como “una especie ya extinta”, pues todos son escritores “en potencia o en acto” (“imperfectos escritores”); para ellos Quain redacta relatos que “prefigura o promete un buen argumento, voluntariamente frustrado por el autor”. Borges, convirtiéndose en blanco de su propia ironía, señala que comete “la ingenuidad” de extraer de aquí “Las ruinas circulares”. “El lector, distraído por la vanidad, cree haberlos inventado” (eso es lo que pasa con sus malos imitadores).
En otra parte (“La biblioteca de Babel”, un universo de libros infinitos) leo: “Muerto, no faltarán manos piadosas que me tiren por la baranda; mi sepultura será el aire insondable; mi cuerpo se hundirá largamente y se corromperá y disolverá en el viento engendrado por la caída, que es infinita”. Esta imagen me trajo a la memoria un cuento de Bradbury, de unos astronautas a la deriva en el espacio oscuro e infinito; vagarán hasta que cesen sus funciones vitales, muertos de inanición o de sed o de quién sabe qué otra muerte espantosa e inimaginable.
“Yo he visto dos [vindicaciones] que se refieren a personas del porvenir, a personas acaso no imaginarias”; al traducir parte de la novela del abuelo del narrador de “El jardín de senderos que se bifurcan” se mencionan dos historias análogas, de un ejército victorioso, en el que sólo se modifican algunas circunstancias, es decir, más argumentos para el escritor estéril, desesperado por hallar historias para narrar.
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Delimitación de la literatura fantástica
Difícilmente podrá conseguirse este propósito (la delimitación). Nos enfrentamos al problema de los géneros, el cual, por definición, es complicado y casi imposible de dilucidar. Los críticos nunca se han puesto de acuerdo (y nunca lo harán). Más bien me sugieren un sinnúmero de interrogantes: ¿Por qué, por ejemplo, en su Antología de literatura fantástica Borges incluye un cuento realista de Saki? ¿Es más fantástico “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” que “El Sur”? ¿Qué diferencia hay entre un relato netamente fantástico y otro de tono realista que sólo de manera incidental incluye un elemento fantástico? Otro aspecto que dificulta la cuestión: distinguir, diferenciar los conceptos de “ficción” y “fantástico”: ¿un cuento que incluye elementos como el sueño es fantástico aunque el sueño se genera en el cerebro de un sujeto? ¿El enfoque metafísico o esotérico, temas de Borges en cuentos “realistas”, no es fantástico por sí mismo? Según ciertas percepciones, ¿la intervención de una divinidad no pertenece al reino de lo fantástico? El inefable genio de Borges multiplica las interrogantes hasta el infinito.